También en invierno

Maribel Egido Carrasco

No tienen la espléndida belleza del otoño, cuando todos los colores se incendian en sus hojas para ofrecernos esas impactantes imágenes cálidas y luminosas. Tampoco tienen ese aspecto lleno de verde vida en sus brotes que nos trasladan esa sensación de nuevo renacer en la primavera y más tarde de plenitud en el verano.

Sin embargo los árboles en invierno poseen un encanto hecho de misterio y de un halo melancólico, que también resulta muy atractivo.

Sus ramas desnudas, que nos muestran el interior de sus copas como un delicado encaje vegetal, parecen querer llegar a fundirse con los grises invernales de las nubes, o arañar el limpio azul del cielo en los días despejados. En sus ramas más altas podemos distinguir a veces, los ateridos cuerpecillos de los pájaros que desafían valientemente los fríos días del invierno, y que resultan más difíciles de ver cuando las hojas los cubren.

También en invierno los árboles son hermosos, y tanto en esa especie de sugerentes túneles que nos ofrecen las choperas, como descubriendo a través de sus desnudas ramas el río, el Castillo, la Muralla o la Torre de San Nicolás, resultan un hermoso espectáculo.

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