Paisajes de otoño
Maribel Egido Carrasco
La luz dorada de las tardes ya pinta de rojo y oro las riberas, y el viento susurra entre
los pinos serenas baladas de aire, mientras los ríos, nutridos por las últimas y deseadas lluvias
brillan como un espejo haciendo reverberar los rayos del sol.
Y es que el otoño pone su dulce magia en el paisaje, llenando las laderas de colores e
incendiando los chopos de amarillo, mientras los pájaros trinan mas pausados que en la lejana
primavera. Los días ya se acortan mucho por las tardes, y en las esquinas de las últimas callejas
del pueblo, el aire ya viene frío, como un aviso de que el invierno está ya cerca, aunque el sol
aún nos ofrezca su calor al mediodía.
En las mañanas, ya muy frescas, a lo lejos, en los pinos del monte, se enreda la
niebla, dejando transparencia de humedades sobre los líquenes, el musgo, y los hongos,
proporcionando al aire un aroma estimulante a tierra mojada.
Es el tiempo en que las uvas son en las vides promesa de vino y de vendimia, y
momento de membrillos olorosos, de brevas moradas, de manzanas jugosas y brillantes, de
grosellas y castañas, de granadas que en su rojiza envoltura parecen recoger todo el sol del
final del verano, y que guardan en su interior su precioso y reluciente fruto, como pequeñas
joyas que, de tan bonitas, casi da pena comérselas.
Es el precioso tiempo de otoño, fugaz como casi todo lo verdaderamente hermoso,
pero especialmente placentero por estos pagos caucenses, donde la Naturaleza ha derramado
con largueza tantos esplendores y hermosuras.