Un otoño sin Coca

Maribel Egido Carrasco

Los últimos 33 otoños de mi vida los he pasado en Coca. Es una cifra muy respetable, ya que los humanos tenemos un ciclo vital tan corto, que pueden ser casi la mitad de una existencia.
Siendo como es el otoño mi época del año preferida, a finales de agosto, todavía con el calor del verano en la piel, ya empezaba yo a soñar todos los años con los amarillentos tonos de los chopos, que al recibir los rayos del sol se convertían en un ascua de luz, y con los rojizos y brillantes colores con que el viburnum y otros arbustos ribereños adornaban las laderas del río.
Tras una breve pausa, en que el paisaje, tras el verano, se mostraba descolorido y pardusco, enseguida pasaba septiembre y, a sus finales, lo que yo llamo “los pinceles de Octubre” ponían magia en nuestras riberas, convirtiendo los alrededores del pueblo en un verdadero lujo para los ojos y el espíritu.



Mi cámara, incansable, fotografiaba una y otra vez, cada recodo, cada contraste de color, cada luz que me parecía distinta, cada grupo de hongos que me resultaba curioso. Es decir, todo aquello que me parecía hermoso ¡y fijaros si hay paisajes hermosos en Coca!.
Después muchas de esas fotos me las publicaba amablemente David, así que algunas de ellas ya las conoceréis, a mí todas me parecen preciosas, pero no por mérito mío naturalmente, yo solo busco el paraje y aprieto el botón, el mérito es todo del encanto de nuestra querida Villa.
Todo este preámbulo viene a que, como muchos sabréis, este otoño, salvo visitas esporádicas, no estoy en el pueblo, y no podré recoger con mi cámara toda la enorme belleza otoñal que Coca nos ofrece.
Las fotos que acompaño, son de otros años, pero estoy segura que este Octubre, ese árbol, o esa ribera, o esas setas, estarán en el mismo sitio, para quien quiera deleitarse mirándolos. Os animo a hacerlo.

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