Los pequeños arquitectos
Maribel Egido Carrasco
Ésta primavera, otra vez, he tenido la suerte de que dos parejas de esos pajarillos parecidos a las golondrinas y que se conocen popularmente por el nombre de “aviones”, hayan decidido utilizar los dos nidos, a modo de “adosados”, que ya hace cuatro años construyeron en un saliente del tejado que cubre mi cuarto de estar, y que por su especial disposición les permite un recodo seguro y abrigado, de manera que me es posible observarlos desde bastante cerca, tan cerca que, incluso sentada en mi sillón favorito puedo contemplar sus idas y venidas.
Y digo suerte, porque aunque hay mucha gente a quien le molesta su presencia cerca de sus ventanas, porque ciertamente manchan bastante, a mí me parece un verdadero privilegio poder observarlos, ya que asistir a la laboriosa creación o reparación de uno de estos nidos, es algo realmente fascinante que me compensa con creces de las pequeñas molestias de limpiar sus residuos.
Los dos miembros de la pareja se afanan en aportar pequeñas cantidades de barro que transportan en el pico y que es cuidadosamente colocado en el sitio justo para ir dando a la “construcción” esa característica forma que podemos ver.
Estos pequeños “arquitectos” calculan perfectamente, sin necesidad de estudios técnicos ni complicados proyectos, las medidas necesarias para que, lo que será su nido, se sustente perfectamente y se adapte a sus necesidades.
Cuando ya han rematado su albergue, dejando solo un pequeño orificio de entrada (por el que entrarán al vuelo en un verdadero alarde de habilidad), empezarán la puesta e incubado de los huevecillos, que darán lugar al posterior nacimiento de sus crías.
Durante bastante tiempo serán alimentados cuidadosamente por sus padres, con una actividad febril de idas y venidas, acompañadas de sus gratos gorjeos, hasta que empiecen sus primeros vuelos de aprendizaje.
Me encanta asistir a todo el proceso con que estas simpáticas avecillas sacan sus crías adelante y cuya contemplación es un regalo más de la primavera.
Y digo suerte, porque aunque hay mucha gente a quien le molesta su presencia cerca de sus ventanas, porque ciertamente manchan bastante, a mí me parece un verdadero privilegio poder observarlos, ya que asistir a la laboriosa creación o reparación de uno de estos nidos, es algo realmente fascinante que me compensa con creces de las pequeñas molestias de limpiar sus residuos.
Los dos miembros de la pareja se afanan en aportar pequeñas cantidades de barro que transportan en el pico y que es cuidadosamente colocado en el sitio justo para ir dando a la “construcción” esa característica forma que podemos ver.
Estos pequeños “arquitectos” calculan perfectamente, sin necesidad de estudios técnicos ni complicados proyectos, las medidas necesarias para que, lo que será su nido, se sustente perfectamente y se adapte a sus necesidades.
Cuando ya han rematado su albergue, dejando solo un pequeño orificio de entrada (por el que entrarán al vuelo en un verdadero alarde de habilidad), empezarán la puesta e incubado de los huevecillos, que darán lugar al posterior nacimiento de sus crías.
Durante bastante tiempo serán alimentados cuidadosamente por sus padres, con una actividad febril de idas y venidas, acompañadas de sus gratos gorjeos, hasta que empiecen sus primeros vuelos de aprendizaje.
Me encanta asistir a todo el proceso con que estas simpáticas avecillas sacan sus crías adelante y cuya contemplación es un regalo más de la primavera.