Noviembre

Maribel Egido Carrasco


El mes de Noviembre, que si el tiempo es propicio, aún puede reservarnos los últimos esplendores otoñales y las templanzas apacibles de sus días, no puede sin embargo evitar venir envuelto en evocaciones y melancolías, debido en parte a su cercanía con el invierno, y sobre todo a que su inicio está muy marcado por el recuerdo de los difuntos, de nuestros queridos ausentes.
Las mañanas de Noviembre, ya muy frescas, se ven a veces envueltas en una sutil niebla que abraza los pinos del monte, como una leve y misteriosa gasa que el sol pone en fuga casi siempre, pero que ya nos anuncia la proximidad de los primeros fríos, que hasta ahora habían llamado a nuestra puerta pero sin cruzarla aún del todo.
Y en las tardes, que son ya muy cortas, el sol abandona pronto las laderas del río y se pierde con sus últimos resplandores rojizos por detrás del Castillo y por las tierras labradas del camino de Valladolid, y el pueblo se va envolviendo poco a poco en sombras, mientras en las últimas esquinas el aire se hace más frío y nos trae como un olor especial que nos anuncia que el “Padre Invierno” se acerca con su cortejo de nubes y celliscas y de pálidos días sin sol...
Y apetece volver al calorcillo de las casas acortando el paseo, quizá a reencontrarnos gratamente con esas aficiones que quedan poco a poco abandonadas en las largas tardes de luz del verano, vividas más en el exterior.
Mientras, fuera, las noche va ganando definitivamente la partida...

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